BLOQUE 8 – La restauración del miedo: golpe, proscripción y patria vigilada (1955–1966)
De la plaza al silencio. El poder real recupera la voz.
El 16 de septiembre de 1955, la historia volvió a girar. Esta vez, hacia atrás.
Tras una década de inclusión, derechos y soberanía, el poder real se cobró revancha. Antes, el 16 de junio, bombas habían caído sobre Plaza de Mayo dejando más de 300 muertos; luego vinieron tanques, detenciones masivas y fusilamientos.
El orden de siempre volvía a imponerse, ahora con uniforme y con sangre.
La promesa de una Argentina justa, libre y soberana quedó sepultada bajo el nombre de “Revolución Libertadora”. Pero no fue libertad lo que trajo el golpe: fue miedo.
I. Una democracia proscripta, un pueblo silenciado
Comenzó una etapa de legalidad sin pueblo. El peronismo fue proscripto (Decreto 4161/56), sus símbolos prohibidos, sus dirigentes encarcelados o exiliados.
Millones de ciudadanos quedaron excluidos de participar, representar o siquiera nombrar su identidad política.
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Medios de comunicación celebraban la “reconstrucción moral”.
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La jerarquía eclesiástica bendecía la restauración.
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Sectores medios alentados por el antiperonismo apoyaban la represión… hasta que también sintieron sus límites.
La Argentina que había despertado con derechos volvió a dormirse bajo la vigilancia.
II. La revancha de las élites
El golpe fue militar en forma, pero económico y cultural en fondo.
Detrás de Aramburu y Rojas estaba la alianza de oligarquía terrateniente, cámaras industriales extranjeras y embajadas.
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Derogación de la Constitución de 1949 (que consagraba derechos sociales y la función social de la propiedad).
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Privatización o abandono de empresas estratégicas.
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Desfinanciamiento de la industria nacional.
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Intervención de la CGT y persecución a delegados sindicales.
El Estado volvió a su rol previo a 1946: garante del privilegio, no de la equidad.
III. El retorno del modelo agroexportador
Se reinstaló la matriz previa al peronismo:
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Eje económico en la renta agropecuaria.
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Apertura irrestricta a importaciones y privilegios para capital extranjero.
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Estancamiento salarial y aumento de la desigualdad.
La industria nacional perdió impulso y el empleo industrial cayó. El país dejó de soñar con fábricas y ciencia propia para concentrarse en sobrevivir en un marco de vigilancia y temor.
IV. Una identidad que resiste
El peronismo no desapareció: mutó.
Pasó de ser gobierno a ser movimiento de resistencia: sindicatos en la clandestinidad, “caños” y huelgas relámpago, canciones prohibidas, redes solidarias.
Una generación nacida después del 17 de octubre heredó su espíritu y aprendió que, incluso proscripto, un pueblo puede organizarse.
El poder creía haber vencido; en realidad, el subsuelo se estaba preparando para volver a emerger.
EL PLAN
¿Quiénes lo hicieron?
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Junta militar encabezada por Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas.
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Sociedad Rural Argentina, Unión Industrial Argentina y cámaras extranjeras.
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Embajadas de EE. UU. y Reino Unido.
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Jerarquía eclesiástica más conservadora.
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Prensa hegemónica (La Nación, La Prensa) y sectores medios movilizados por el antiperonismo.
¿Qué mecanismos usaron?
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Golpe militar clásico y ocupación institucional.
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Proscripción política, censura y exilio forzoso.
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Desmantelamiento del Estado nacional: privatizaciones y apertura económica.
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Guerra cultural: estigmatización de lo popular y prohibición de símbolos.
¿A costa de qué?
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Interrupción del ciclo de desarrollo autónomo y justicia social.
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Consolidación de un régimen de exclusión política.
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Instauración del miedo como forma de control.
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Pérdida de una oportunidad histórica de emancipación nacional.
¿Cómo se repitió?
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El patrón golpe–proscripción–reforma regresiva reapareció en 1966 y 1976.
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El poder real adaptó siempre sus estrategias para impedir el protagonismo popular.
🔁 Puente hacia el siguiente bloque
El ciclo abierto en 1955 no se cerró con ese golpe. En 1966, una nueva interrupción —esta vez sin disimulos institucionales— clausuró el sistema político y profundizó la concentración del poder.
El pueblo resistía, pero la patria seguía vigilada. La batalla por su destino estaba lejos de concluir.