La estafa estructural: una élite sin patria

A diferencia de otras naciones llenas de recursos, la Argentina nunca forjó una clase dirigente verdaderamente nacional.
El poder quedó históricamente en manos de una minoría que acumuló tierras, favores y rentas, pero nunca devolvió al país un proyecto de desarrollo real.

No hubo una oligarquía que pensara la integración nacional.
No se construyó una burguesía productiva capaz de industrializar el territorio.
No emergió un empresariado con responsabilidad histórica.

Comparación con otras élites nacionales

  • Francia
    Tras la Revolución, la gran propiedad feudal se fragmentó. Millones de campesinos accedieron a la tierra. Nació una burguesía nacional obligada a integrarse al país: invirtió en escuelas, caminos, universidades.

  • Estados Unidos
    El gran capital agrario del siglo XIX devino banca, industria y ciencia. Surgieron universidades privadas pero profundamente nacionales. La élite impulsó un proyecto federal y expansivo, incluso con sus contradicciones.

  • Alemania
    La nobleza terrateniente (junkers) debió modernizarse o desaparecer. El Estado prusiano exigía resultados: planificación, inversión, eficiencia.

  • Italia y México
    A través de procesos revolucionarios, destruyeron el viejo latifundio y generaron acceso real a la tierra. Forjaron campesinados con arraigo, identidad y ciudadanía.


¿Y en Argentina?

Ocurrió lo opuesto.
La oligarquía local exportó riqueza, fugó capitales, vivió en París y Londres, y dejó al país con una infraestructura raquítica y una sociedad sin horizonte propio.

No invirtió en industria nacional, ni en salud pública federal, ni en educación rural.
No formó cuadros técnicos ni impulsó un mercado interno.
No pensó el país: pensó su renta.

Los avances llegaron por presión social, por movilización popular, o por irrupciones como el peronismo.
Pero nunca fueron acompañados de una clase dirigente moderna, dispuesta a ceder privilegios para construir una nación.


Ciclos de entrega, continuidad del despojo

La historia argentina se desgrana en ciclos sucesivos de entrega:

  • La tierra se repartió entre pocos tras el exterminio indígena.

  • El puerto y la aduana fueron diseñados para sacar, no para integrar.

  • Las decisiones económicas respondieron a capitales foráneos: primero Gran Bretaña, luego EE.UU., hoy el capital financiero global.

  • Cada intento de desarrollo autónomo fue resistido, neutralizado o abortado.

El ejército, salvo excepciones, custodió ese orden: defendió privilegios, reprimió huelgas, avaló gobiernos funcionales al despojo.


La nueva élite: offshore, digital, apátrida

Hoy ya no basta con mirar a los terratenientes.
La clase dominante argentina se diversificó, pero no se transformó.
Está compuesta por fondos de inversión, banqueros, CEO tech, exportadores, agroempresarios, lobistas y financistas.
Muchos operan desde paraísos fiscales. Votan acá, pero residen allá. Ganan acá, pero tributan allá.

Hablan de libertad mientras garantizan dependencia.
Se autodenominan meritócratas, pero jamás compiten en igualdad.

No hay proyecto de país: hay proyecto de ganancia.


El rol de los medios y la derrota simbólica

Los grandes medios no construyeron conciencia nacional.
Repitieron la mirada de la élite porteña y los centros financieros globales.
Atacaron la justicia social, vaciaron el patriotismo, confundieron desarrollo con subordinación.

Antes de perder el litio o la tierra, perdimos el sentido de comunidad.


En síntesis

Argentina no es una potencia frustrada por falta de recursos.
Es el resultado de una traición estructural:

  • La élite que debió construir la nación, la vendió.

  • La clase que debió integrar al pueblo, lo marginó.

  • Los dirigentes que debieron orientar el futuro, lo hipotecaron.

La estafa no fue solo económica. Fue política, simbólica, moral.
Y sigue ocurriendo, cada vez que se entrega un recurso, se vota una ley de fuga, se cancela una universidad, o se rinde la soberanía en nombre del “mercado”.