Propuesta final: Por una Argentina lúcida, justa y poderosa

No quiero que este texto quede en una crítica más, un reproche al aire o una catarsis inútil. Si me tomé el trabajo de escribirlo es porque creo que todavía hay algo por lo que vale la pena pelear. Y porque sé que la salida no vendrá de un milagro, de un mesías ni de una fórmula mágica: llegará —si llega— de una dirección ética, clara y concreta.

Mi ideología, si hay que ponerle nombre, se apoya en cuatro pilares simples:


1. Austeridad e inteligencia fiscal

No se trata de ajustar por ajustar, sino de dejar de fundirnos con gastos inútiles, contratos diseñados para los de siempre y estructuras que chupan recursos sin devolver nada. El dinero del Estado no es magia: nace del esfuerzo de millones de argentinos.
Si va a salir, que vuelva: en salud, educación e infraestructura. Que se use con cabeza, con planificación y prioridades.


2. Blanqueamiento institucional

Las reglas deben estar claras y cumplirse para todos. No puede ser que a un monotributista lo persigan por tres pesos mientras una empresa con sede en el Caribe se lleva millones sin control. El Estado tiene que dejar de ser un lugar oscuro: blockchain, trazabilidad, auditorías públicas, acceso real a la información, límites a la discrecionalidad. Sin instituciones limpias, ninguna propuesta sobrevive.


3. Opción por los pobres y desarrollo federal

Comunidad significa que ningún argentino viva con hambre, sin techo ni sin oportunidades. No desde la limosna, sino desde la dignidad: trabajo, educación, salud, vivienda.
Y esa dignidad debe estar distribuida territorialmente, para que no haya un país concentrado en un puerto y vaciado hacia adentro.

Quiero viviendas en las provincias, ciudades del conocimiento en el norte, infraestructura seria en el interior, y economía de futuro en cada rincón. Que Tucumán se convierta en polo de desarrollo de software y servicios digitales; que Córdoba lidere la industrialización con energías renovables; que el sur —desde la Patagonia hasta Bahía Blanca— se convierta en base de una soberanía energética, científica y marítima.

Que en el Litoral florezca la biotecnología agroecológica y la innovación alimentaria; que en el NOA la minería estratégica (como el litio) deje valor local, industria asociada y conocimiento aplicado; que en Cuyo se desarrollen polos vitivinícolas y agroindustriales conectados con energías limpias y rutas comerciales integradas.

Que La Pampa y el oeste bonaerense se conviertan en centros de logística, robótica agrícola y experimentación en tecnologías del suelo. Que el NEA combine su enorme biodiversidad con investigación forestal, farmacéutica y ecoturismo sustentable.

Y que la Antártida y el Atlántico Sur no sean una postal lejana, sino el eje de una estrategia soberana, científica y militar para proteger nuestros recursos, ampliar presencia y proyectar al país como potencia marítima del sur.

Tenemos un país hermoso, vasto y lleno de potencial humano.
Federalismo no es una bandera: es una política distributiva, seria y estratégica, pensada para poblar la Argentina con oportunidades reales.
Porque la verdadera opción por los pobres es también una opción por el futuro: un país que incluya, innove y cuide lo que es suyo. Aunque no sea un lecho de rosas, aunque cueste, aunque duela. Vale la pena.


4. Soberanía nacional

No hablo de cerrarnos al mundo ni de jugar a la revolución. Hablo de que los recursos de este país sirvan primero a su pueblo. Si una empresa extranjera se lleva litio, que deje algo más que pozos y promesas: regalías justas, inversión local, auditorías serias. El Estado no debe estorbar, sino negociar con fuerza. Que el nacionalismo no sea un insulto, sino el arte de cuidar lo nuestro sin odiar lo ajeno.


No propongo abolir el capitalismo ni fundar un nuevo peronismo con otro nombre. No me interesan los extremos ideológicos. Quiero un país que funcione, que no viva enamorado de sus traumas, que se reconcilie con su caos pero también lo ordene, que no regale su futuro ni a la utopía imposible ni al mercado absoluto.

Y, sobre todo, quiero que la Argentina garantice lo que su propia Constitución promete: que todas las personas que habitan este suelo vivan seguras y en paz. Ese debería ser nuestro mayor orgullo.

Ese es, al menos, mi silencioso orgullo: ver en esta patria un país alegre y compartido; donde uno puede ser libre, ser lo que quiera, venga de donde venga, y decir su verdad sin miedo.

Crisol de razas, abierta a las ideas del mundo pero con una producción cultural propia, fuerte y viva —como siempre la tuvimos—, no como bandera vacía sino como el cumplimiento concreto de esa palabra fundante.

Que este sea un país para quienes nacieron en él y para quienes lo eligen.
Que ser argentino no sea una condena, sino una posibilidad.


Si algún día esto se convierte en una propuesta partidaria —de izquierda, de centro o del signo que sea—, que empiece por estos cuatro pilares y por la voluntad firme de no traicionar jamás al pueblo que los sostiene.